Andava à procura de um poema de Xuan Bello (nascido em Paniceiros (Tineo, Asturias) em 1965), quando encontrei esta Historia universal de Paniceiros, livro que me interessou pelo paralelismo feito com um outro de Claudio Magris.
Aqui fica a belíssima apreciação feita por Antonio Rivero Taravillo, publicada no seu blogue http://fuegoconnieve.blogspot.com
UNA ALDEA EN EL CENTRO DEL MUNDO
Claudio Magris es autor de una obra, Microcosmos, cuyo título cuadra a la perfección al último libro de Xuan Bello, Historia universal de Paniceiros. La del autor italiano recoge el mapa de todo un mundo traducido, miniado, a la pequeña escala de su ciudad natal, Trieste, pequeño espejo de todo lo más grande. Algo similar acomete Bello en el libro dedicado a su aldea asturiana de un puñado de casas, en el que recoge lo acontecido o soñado en otras latitudes como un vaso de lluvia puede albergar todo el contenido del océano.
En Trieste vivió también James Joyce. Y ya se sabe que si bien Asturias, como Galicia, limita al norte, caminos de agua adelante, con Bretaña, más adentro y por doquier, con trochas abiertas por Álvaro Cunqueiro y otros, en su imaginario colectivo linda con Irlanda. “Los muertos” es uno de esos relatos que enamoran por su verdad sencilla, y en su final nieva sobre toda la isla de San Patricio, sobre todos los vivos y los muertos. En unas líneas que son apéndice de Historia universal de Paniceiros, Bello escribe “Nieva en mi memoria”, y poco después “Está nevando en las calles de Oviedo, en los versos de Villon, en las imágenes de Uxío Novoneira. Me acuerdo ahora de un poema de este último donde alguien mira la inmensidad nevada del Caurel y exclama: «¡Aquí se ve bien lo poco que es un hombre!»”. Es un sentimiento muy parecido sin duda al que en el relato de Joyce experimenta Gabriel ante el descubrimiento de aquel amor soterrado de Gretta, del pobre Michael Furey que murió de frío cantando esa balada, “The Lass of Aughrim”. Lo que parece sólido puede resquebrajarse en cualquier momento como el hielo, deshacerse como la nieve y compartir con ella la licuada condición de las lágrimas.
El Aughrim de la canción que despierta insondables emociones en Gretta, y a su vez en su esposo, no es más que uno de los incontables topónimos de los que rebosan las baladas, aires y melodías de danza irlandeses. El celta en general, y el irlandés en particular, siente unos vínculos con la tierra que son sin duda herencia de su pasado pagano, y no tanto en lo religioso como en lo local (pagano procede del latín pagus, lugar), pues en época cristiana monjes y eremitas trasladan a sus estrofas ese plantel de nombres de navas, riachuelos, cumbres. En uno de sus artículos más penetrantes, Seamus Heaney ha llamado la atención sobre “el sentido del lugar” en la tradición irlandesa, tan arraigado. Y se hace eco de otro gran poeta de su patria, John Montague, para el cual todo el paisaje irlandés es un manuscrito que ya no somos capaces de leer. En los nombres de ríos, montañas, valles, vados, alientan unas etimologías tradicionales que ligan los parajes a los héroes, a los reyes de antaño, a sucedidos que han quedado impresos en la memoria del pueblo. De este numen céltico vinculado a la naturaleza dieron cuenta en su día Matthew Arnold y Renan, y los estudiosos posteriores no han podido sino asentir a esa tendencia a que los versos de los celtas estén, como ramas entrelazadas a su árbol, entreverados de referencias a un pedazo de tierra familiar y propia que es siempre de alguna manera el centro del mundo.
Los irlandeses cultivaron un tipo de poema que habla del origen del nombre de un lugar, y a este género lo llamaron dindshenchas. La literatura medieval y posterior es muy abundosa en estas composiciones, pero aún en la literatura contemporánea los grandes poetas de Irlanda han vinculado de manera sobresaliente su obra a un paisaje familiar, a una geografía íntima por conocida, a las coordenadas del alma. Así, Heaney es Mossbawn, su aldea del condado de Derry, Kate O’Brien es Mellick, Brian Friel es Ballybeg, Frank O’Connor es Cork, Máirtín Ó Direáin es Inis Mór, y Patrick Kavanagh es Iniskeen.
Xuan Bello es, siguiendo esta línea, Paniceiros, y a su aldea ha dedicado poemas y escritos que reunidos vienen a componer este libro hermoso y en el que, fragante, aflora ese gusto tan céltico por el fragmento, por las pequeñas flores silvestres de la literatura más que por los versallescos jardines del racionalismo. En su libro hallamos poemas, reflexiones sobre literatura, relatos de la infancia o escuchados a los mayores, evocaciones de personajes y lugares. Ese gusto céltico por nombrar topónimos, como si al nombrarlos, por raro encantamiento, el poeta los hiciera más suyos, es manifiesto precisamente en el comienzo del primero de los poemas del libro, en el que el autor declara: “Conozco un país donde el mundo se llama / Zarréu Grandiella Picu la Mouta Paniceiros”.
Sí, están presentes los nombres propios de una comarca, del microcosmos. Y como es natural, está presente también la emigración, pero aún más, porque esta es masiva, la traslación de comunidades enteras que conservan sus costumbres. En uno de los capítulos de su libro, Bello hace mención a un libro del irlandés Pádraic Ó Conaire, Deoraidheacht, que no ha leído y del que confiesa no conocer el significado de su título (le gustará saber que es Exilio, y no Llanto, como le aventuré hace poco, confundido con la palabra deoir, lágrima). Para mover su fantasía le bastan las sugerencias de un autor gaélico y una palabra que para él constituye un arcano indescifrable.»
Pode ler a crítica na íntegra em http://fuegoconnieve.blogspot.com/2008/04/invitacin-la-lectura-de-xuan-bello.htmlBoa leitura!
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